Escena 6

Se incorporan mirando ambos al mismo punto: el DESTINO. Ahora se balancean. Sonido fuerte del bombo. Desaparece el DESTINO y empiezan a correr. Se ponen las máscaras.

UNO
– Todos estamos dentro de un agujero, somos el agujero, metidos en la media, y el agujero se agranda, se abre y caemos dentro de él hasta que somos nada. Y ese agujero se llama gusanos. Una vez ví pudrirse un trozo de carne: los gusanos vivían así sobre lo que somos. ¿Vienen de lejos?; no: vienen de nosotros, están. Pero nosotros no somos sólo los gusanos, ergo, nosotros no somos el agujero. Somos viajeros más lejanos.

DOS
– Siempre sentí una atracción especial por las estrellas, por esos cielos que sólo pueden verse en determinados sitios, donde las luces de las marquesinas no ocultan el lejano reflejo de los astros. Por eso siempre prefiero las montañas, los altos picos desde donde parece posible acceder a aquellas latitudes inexploradas. Si bien todo indica que físicamente es imposible, nada puede impedir que el espíritu se aventure por un secreto sendero interior, pretendiendo alcanzar las cúspides del conocimiento. No es difícil intentarlo, sólo es cuestión de avanzar, sin detenerse, hasta perder por completo la noción del objetivo, hasta convertir a éste en el próximo paso y así de continuo, sin principio... sin final, como un eterno devenir hacia la nada; porque, a mayor saber, mayor parece ser lo que se ignora; y siempre está presente la tentación del abismo. (cae, desplomándose).

UNO (ocupando el centro de la escena)
– Si yo creyera que soy sólo miles de gusanos que se gestan de mí, que viven de mí, no esperaría un segundo en dejarme caer, desapareciendo, porque entonces la vida no tendría sentido. Y si la muerte está en nosotros cuando morimos tampoco dejamos de morir del todo y muchas veces la verdadera muerte está en las cosas que llamamos vida. En los rostros de los jueces he visto la muerte y muchas veces he visto la vida en el rostro de algún muerto que vive; y he visto la muerte en las manos de las muchachas desesperadas de amor que mata, más que en lo que todavía no existe, porque está más vivo que nunca.

DOS
– Entonces ¿cómo explicar lo que significa la terrible agonía de habitar una inexistencia sin límites?, ¿cómo explicar la insoportable soledad de las alturas desde el corazón de un vacío incontenible?. ¿Cómo poder contar que tuve acceso a la cima; que escalé, trepé, levité y por momentos sentí mi cuerpo suspendido en el centro del universo, atravesado por millones de estrellas?.

UNO
– Pero yo no soy sólo mi nombre ni mi cuerpo, soy también esta fuerza que me traspasa y actúa a pesar de mí porque si yo no existiera, las cosas igual ocurrirían, viajando. Instrumentos de la vida; herramientas para hacer y deshacer. Pero cuando dejamos de existir ¿qué queda?: esta luz que me habita y que me hace viajero de un vehículo invisible y sin límites.

Se acercan al centro de la escena y, dejando las máscaras azules, comienzan a ponerse los sacos.

DOS (forcejeando)
– ¿Cómo transmitir esa sensación de ser lo absoluto, cuya duración tan efímera sería imposible medir en tiempos terrenales?.

UNO (forcejeando)
– Voy a dar unos datos: el Universo observable contiene unos cien mil millones de galaxias y tal vez cien sistemas solares se forman por segundo. (aumenta el forcejeo) ¡Ahora! ¡ahora! ¡ahora!. (se separan cayendo hacia adelante y frenando la caída con las manos)

DOS (desde el suelo)
– No sé. Sólo puedo decir que inmediatamente el abismo se había abierto bajo mis pies ofreciéndoseme como una boca turgente y cálida, como una sensual invitación a un encuentro ritual, íntimo y salvaje entre los labios de la eternidad.

Ambos se sacuden mientras se van incorporando, lentamente.

DOS
– Un aliento lúbrico y pavoroso comenzó a envolverme y sin oponer resistencia me sumergí en ese vaho que emanaba de las oscuras profundidades. (UNO queda de pie en el centro de la escena. DOS corre a su alrededor) Y así, tanteando entre las sombras, cada paso me internaba más y más en este laberinto. ¿Qué camino seguir? ¿qué huellas buscar, en un suelo que jamás nadie ha pisado?.

UNO (a DOS)
– ¡Ahora! ¡ahora! ¡ahora!. (DOS lo mira) Entonces ¿de dónde tanta importancia? ¿qué nos queda desde nuestra inmensa pequeñez, en nuestra pequeña inmensidad?.

DOS
– Pero sé, que tarde o temprano, en cada muro, aparece una grieta, y por ella se filtra el aire y la luz que indican el afuera, y en el afuera los otros, esas otras existencias que determinan la nuestra; y cada una de ellas con el enigma de un universo recién nacido...

UNO (al público)
– ¡Ahora! ¡ahora! ¡ahora!. ¿De dónde tanta importancia?

DOS
– ¿Quién preferirá, entonces, la fría y húmeda seguridad de las catacumbas al riesgo constante de descubir nuevos mundos?

UNO (Girando, enfrenta con la mirada a DOS)
– ¿Qué nos queda desde nuestra inmensa pequeñez, en nuestra pequeña inmensidad?.

Como en una letanía repiten las preguntas mientras van bajando del escenario, uno por cada lado.

DOS
– ¿Quién preferirá, entonces, la fría y húmeda seguridad de las catacumbas al riesgo constante de descubir nuevos mundos?

UNO
– ¿Qué nos queda desde nuestra inmensa pequeñez, en nuestra pequeña inmensidad?.

Se acercan al público. Voz en off repitiendo el bando del rey. Se sacan las máscaras y besan a las personas que tienen cerca. El bando se repite indefinidamente. Lentamente suben al escenario uno por cada lado. Apenas suben se registran y se van acercando con paso tranquilo y mirándose a los ojos. En el trayecto dejan caer las máscaras que sostenían en sus manos. Se enfrentan. Se toman las manos y se tocan como reconociéndose. Sin dejar de mirarse, y mientras la voz en off baja hasta hacerse inaudible, sus bocas se buscan... .

APAGON Y FINAL.


Buenos Aires, 1993.
© Alejandro Seta - Dante Schettini.

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